jueves, 8 de noviembre de 2012

POR UNA ESCUELA NO CON MEDIO AMBIENTE, SINO

POR UNA ESCUELA NO CON MEDIO AMBIENTE, SINO
CON AMBIENTE COMPLETO.


 La educación ambiental nos ofrece un enorme potencial que no ha sido bien entendido y, por ello, es poco aprovechado. Sus características intrínsecamente interdisciplinarias toda vez que es punto de encuentro de saberes y prácticas provenientes de las más diversas áreas de conocimiento favorecen la articulación de los contenidos curriculares que suelen estar fragmentados entre sí. En otras palabras, la educación ambiental es un puente natural para construir asociaciones conceptuales y, por ende, dar un nuevo sentido al material aprendido.

 Pero en años más recientes, la educación ambiental también manifestó un gran potencial para favorecer el vínculo entre la escuela y la sociedad. No sólo por tratarse de un tema de creciente importancia en la vida contemporánea, sino por su capacidad para favorecer, desde esa perspectiva interdisciplinar a la que aludíamos antes, una comprensión de las complejas interacciones entre la sociedad y el ambiente, así como para promover compromisos para participar en el cambio social, mediante el desarrollo de competencias para la acción responsable, empezando por el nivel local, pero con la posibilidad de insertarse en esa dimensión global cada vez más próxima a nuestras vidas.
 
Los niños aprenden lo que viven y eso exige un mínimo de congruencia entre lo que la escuela prescribe y lo que ellos (y ellas) hacen, piensan, sienten y aprenden. Esto, desde luego, es válido no sólo para la educación ambiental.
Algunos países han puesto en marcha diferentes tipos de procesos para propiciar lo anterior. Colombia, por ejemplo, aplica los Proyectos Ambientales Escolares (Praes) consistentes en un conjunto de actividades articuladas con la vida comunitaria local, en las que se intentan volcar lo aprendido en las distintas áreas de conocimiento e involucran la participación de los padres.

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